sábado, 8 de noviembre de 2014

LA PRUEBA DE LA VERDAD

Esa noche descansamos muy poquito. Los tres.

A Mamá le costó mucho quedarse dormida. Como ya os imaginaréis, al estar dentro de Mamá y estar unidas por algo más que un simple cordón umbilical, mis emociones y sentimientos están muy ligados a los suyos. Ella estaba muy intranquila y nerviosa, pensando en la prueba que nos harían al día siguiente: la amniocentesis. Si bien no es una prueba especialmente dolorosa, el hecho de que se trate de una prueba invasiva (por aquello de que tiene que tomar una muestra del líquido amniótico que me rodea) y el riesgo de aborto espontáneo que existe, hacen que no sea algo para tomárselo a la ligera.

Papá tampoco paró de dar vueltas en la cama. Le costaba asumir la nueva situación y tenía miedo. Miedo de no estar a la altura, miedo del futuro y miedo de perderme.

Al día siguiente sonó el despertador bien temprano. Se avecinaba un día largo, así que era importante estar preparados. Primero fuimos a la consulta del ginecólogo, donde teníamos que pedir los volantes necesarios para realización de la amniocentesis.

El doctor nos explicó en qué consistía la prueba y que pretendían averiguar con ella. El análisis cromosómico del líquido amniótico evaluaría que todos los cromosomas se estuvieran formando correctamente. Además, el Test FISH, que de manera excepcional también nos recetó, serviría para descartar de manera rápida (en uno o dos días) posibles defectos cromosómicos relacionados con la trisomía 21 (Síndrome de Down), la 13 y la 18.

Con una explicación más precisa y los nervios comiéndonos por dentro, nos dirigimos a la clínica para la realización de la prueba.

En la clínica y después de esperar a que llegara nuestro turno, tuvimos que separarnos. A Papá le tocaría quedarse fuera de la sala hasta que la prueba finalizase, esperando a que sus dos princesas regresáramos sanas y salvas. ¡Que injusta es la vida! !Siempre le toca a Papi quedarse fuera!

Por tanto, Mamá y yo pasamos a la sala, donde estaba ya dispuesta una camilla para nosotras. Había llegado la hora de las mujeres: la doctora, Mamá y yo. ¡Y nos tocaba dar la talla a todas!
!A por todas!
Mamá se tumbó y tras levantarse la camiseta, como otras muchas veces, echaron ese gel viscoso que precedía al ecógrafo.

- No te preocupes, Diana. Vamos a ver en qué posición se encuentra Ariadna. Así sabremos cual es el mejor sitio para pincharte sin que ella esté cerca.

Enterada. Una cuantas fotos para ver en qué postura estaba. En ese momento, estaba tan nerviosa que no sabía ni como colocarme, así que decidí quedarme lo más quieta posible para no molestar a los médicos.

- Perfecto. – Dijo la doctora con voz segura.- Si te parece, vamos a empezar. La niña está perfectamente, así que comenzamos con la prueba.

La doctora se giró, y cuando volvió a darse la vuelta, en la mano derecha llevaba…

- ¡Perdona! ¡A mí nadie me había dicho que para esto se utilizará aguja! ¡Y que pedazo de aguja! ¡Por lo menos debía medir 2 o 3 metros!

Vale, en esto voy a ser igual que Mamá, que odia todo aquello que pinche y tenga forma de aguja. ¡Espero que no nos desmayemos ninguna de las dos!

Una vez asimilamos que la aguja era parte indispensable de la prueba, limpiaron el abdomen de Mami con alcohol para evitar los riesgos de posibles infecciones y comenzaron a introducir la aguja en el vientre. Atravesaron una capa de piel….y ¡oh! ¡Sorpresa! ¡Pero si no duele tanto! No duele tanto… ¡hasta que atravesaron la pared del útero! Ahí sí que noté como Mamá, a pesar de intentar estarse lo más quieta que podía, no pudo evitar soltar un respingo y una mueca de dolor. ¡VAMOS MAMI, QUE TU PUEDES! ¡ERES TODA UNA CAMPEONA!

Y cuando quise darme cuenta, ahí estaba: un pequeño filamento de metal que se iba aproximando a mí. Y sí, he de reconocerlo, la curiosidad pudo conmigo. Alcé mi mano y la llevé hacia la aguja que poco a poco recogía el líquido en el que yo flotaba y que tendrían que analizar para ver si todo en mi desarrollo avanzaba como era debido.

Alcé tanto la mano, ¡que llegué a tocarla! ¡Qué sensación más extraña! Si me paro a pensarlo, se trata de mi primer contacto con el mundo exterior, con el mundo de mis papis. ¡Que ilusión! ¡Cada vez estoy más cerca de ellos y de ese mundo de mayores!

Y de repente… ¡la aguja desapareció!

¡Adiós, aguja, adiós! – Quise gritarla.- Me hubiese gustado despedirme de ella.- La verdad es que de cerca no daba tanto miedo.

Después, la doctora llamó a Papá para que pasase a la sala donde nos estaban haciendo la prueba y nos acompañase en la fase final de la misma.

- Papá, estamos comprobando que todo está perfectamente. .- Dijo la doctora mientras frotaba la tripa de mamá con el ecógrafo.- Una vez analizada la muestra, es probable que los resultados tarden en llegar 1 o 2 semanas.

Ahora, con Papá dentro de la sala todo era mucho mejor. Volvíamos a estar juntos y me di cuenta de que los tres formábamos un equipo fantástico. Mami y Papi no pararon de hablar. Ella le explicaba todo lo que se había perdido por estar leyendo en la sala de espera. Él le contaba lo mal que lo había pasada sin saber nada de nosotras dos. ¡Y yo, queriendo gritarles que les quería!

Finalizada la amniocentesis, volvimos a casa con una orden clara por parte de los doctores: REPOSO ABSOLUTO durante 72 horas.

Dedicaríamos ese tiempo a descansar, a dormir y a recuperar fuerzas para afrontar todo lo que quedara por venir.  

Ahora solo quedaba cruzar los dedos para que los resultados fueran normales y que no hubiera complicaciones después de la amniocentesis. ¡Que duro es esto de esperar!