Esa noche descansamos muy poquito. Los tres.
A Mamá le costó mucho quedarse dormida. Como ya os imaginaréis, al estar dentro de Mamá y estar unidas por algo más que un simple cordón umbilical, mis emociones y sentimientos están muy ligados a los suyos. Ella estaba muy intranquila y nerviosa, pensando en la prueba que nos harían al día siguiente: la amniocentesis. Si bien no es una prueba especialmente dolorosa, el hecho de que se trate de una prueba invasiva (por aquello de que tiene que tomar una muestra del líquido amniótico que me rodea) y el riesgo de aborto espontáneo que existe, hacen que no sea algo para tomárselo a la ligera.
Papá tampoco paró de dar vueltas en la cama. Le costaba asumir la nueva situación y tenía miedo. Miedo de no estar a la altura, miedo del futuro y miedo de perderme.
Al día siguiente sonó el despertador bien
temprano. Se avecinaba un día largo, así que era importante estar preparados.
Primero fuimos a la consulta del ginecólogo, donde teníamos que pedir los
volantes necesarios para realización de la amniocentesis.
El doctor nos explicó en qué consistía la prueba
y que pretendían averiguar con ella. El análisis cromosómico del líquido
amniótico evaluaría que todos los cromosomas se estuvieran formando
correctamente. Además, el Test FISH, que de manera excepcional también nos
recetó, serviría para descartar de manera rápida (en uno o dos días) posibles
defectos cromosómicos relacionados con la trisomía 21 (Síndrome de Down), la 13
y la 18.
Con una explicación más precisa y los nervios
comiéndonos por dentro, nos dirigimos a la clínica para la realización de la
prueba.
En la clínica y después de esperar a que llegara
nuestro turno, tuvimos que separarnos. A Papá le tocaría quedarse fuera de la
sala hasta que la prueba finalizase, esperando a que sus dos princesas regresáramos
sanas y salvas. ¡Que injusta es la vida! !Siempre le toca a Papi quedarse fuera!
Por tanto, Mamá y yo pasamos a la sala, donde
estaba ya dispuesta una camilla para nosotras. Había llegado la hora de las
mujeres: la doctora, Mamá y yo. ¡Y nos tocaba dar la talla a todas!
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!A por todas! |
Mamá se tumbó y tras levantarse la camiseta,
como otras muchas veces, echaron ese gel viscoso que precedía al ecógrafo.
- No te
preocupes, Diana. Vamos a ver en qué posición se encuentra Ariadna. Así
sabremos cual es el mejor sitio para pincharte sin que ella esté cerca.
Enterada. Una cuantas fotos para ver en qué
postura estaba. En ese momento, estaba tan nerviosa que no sabía ni como
colocarme, así que decidí quedarme lo más quieta posible para no molestar a los
médicos.
- Perfecto. – Dijo la doctora con voz segura.- Si
te parece, vamos a empezar. La niña está
perfectamente, así que comenzamos con la prueba.
La doctora se giró, y cuando volvió a darse la
vuelta, en la mano derecha llevaba…
- ¡Perdona!
¡A mí nadie me había dicho que para esto se utilizará aguja! ¡Y que pedazo de
aguja! ¡Por lo menos debía medir 2 o 3 metros!
Vale, en esto voy a ser igual que Mamá, que odia
todo aquello que pinche y tenga forma de aguja. ¡Espero que no nos desmayemos
ninguna de las dos!
Una vez asimilamos que la aguja era parte
indispensable de la prueba, limpiaron el abdomen de Mami con alcohol para
evitar los riesgos de posibles infecciones y comenzaron a introducir la aguja
en el vientre. Atravesaron una capa de piel….y ¡oh! ¡Sorpresa! ¡Pero si no
duele tanto! No duele tanto… ¡hasta que atravesaron la pared del útero! Ahí sí
que noté como Mamá, a pesar de intentar estarse lo más quieta que podía, no
pudo evitar soltar un respingo y una mueca de dolor. ¡VAMOS MAMI, QUE TU PUEDES!
¡ERES TODA UNA CAMPEONA!
Y cuando quise darme cuenta, ahí estaba: un
pequeño filamento de metal que se iba aproximando a mí. Y sí, he de
reconocerlo, la curiosidad pudo conmigo. Alcé mi mano y la llevé hacia la aguja
que poco a poco recogía el líquido en el que yo flotaba y que tendrían que
analizar para ver si todo en mi desarrollo avanzaba como era debido.
Alcé tanto la mano, ¡que llegué a tocarla! ¡Qué
sensación más extraña! Si me paro a pensarlo, se trata de mi primer contacto
con el mundo exterior, con el mundo de mis papis. ¡Que ilusión! ¡Cada vez estoy
más cerca de ellos y de ese mundo de mayores!
Y de repente… ¡la aguja desapareció!
¡Adiós,
aguja, adiós!
– Quise gritarla.- Me hubiese gustado
despedirme de ella.- La verdad es que de cerca no daba tanto miedo.
Después, la doctora llamó a Papá para que pasase
a la sala donde nos estaban haciendo la prueba y nos acompañase en la fase
final de la misma.
- Papá,
estamos comprobando que todo está perfectamente. .- Dijo la doctora mientras frotaba la
tripa de mamá con el ecógrafo.- Una vez
analizada la muestra, es probable que los resultados tarden en llegar 1 o 2
semanas.
Ahora, con Papá dentro de la sala todo era mucho
mejor. Volvíamos a estar juntos y me di cuenta de que los tres formábamos un
equipo fantástico. Mami y Papi no pararon de hablar. Ella le explicaba todo lo
que se había perdido por estar leyendo en la sala de espera. Él le contaba lo
mal que lo había pasada sin saber nada de nosotras dos. ¡Y yo, queriendo
gritarles que les quería!
Finalizada la amniocentesis, volvimos a casa con
una orden clara por parte de los doctores: REPOSO ABSOLUTO durante 72 horas.
Dedicaríamos ese tiempo a descansar, a dormir y
a recuperar fuerzas para afrontar todo lo que quedara por venir.
Ahora solo quedaba cruzar los dedos para que los
resultados fueran normales y que no hubiera complicaciones después de la
amniocentesis. ¡Que duro es esto de esperar!