jueves, 15 de octubre de 2015

CAPERUCITA ROJA

Hoy, por primera vez desde hace mucho tiempo, Mami vuelve a trabajar. Uniendo la baja maternal y la excedencia que la concedieron en la empresa para poder cuidar de mí en las dos operaciones, en total hemos estado algo más de 8 meses sin separarnos ni un solo minuto. 37 semanas haciéndonos compañía la una a la otra, en los buenos y en los malos momentos. 262 días aprendiendo juntas y conociendo nuestras virtudes y defectos. 6.288 horas de arrumacos, caricias, besos y juegos. Pero hoy, después de tanto tiempo, nos separamos, aunque sólo sea por unas horas.

Hace tiempo, justo antes de la operación del labio, Papi también encontró trabajo, así que ya sé lo que estar buena parte del día sin ver a aquella persona que se encarga de que no me falte de nada. Pero no es lo mismo, ya que ahora no tendré a ninguno de los dos.

Sé que les voy a echar de menos, pero sé que ellos lo notarán todavía mucho más. A partir de ahora seré como Caperucita Roja. Cada mañana me levantaré sabiendo que no pasaré el día en casa junto a Mami y Papi. Cada mañana me vestiré con mi caperuza roja para ir a visitar a mi abuelita, que me espera con los brazos abiertos, sabiendo que no la llevo un rico pastel, sino que el regalo soy yo. Cada mañana montaré en el coche sabiendo que Mami y Papi no van a parar de pensar en mi.

Una vez en casa de los abuelos, me reciben con los brazos abiertos y miles de cariños. !Madre mía, así es imposible echar de menos nada! Preparamos una lista de lo que haremos durante el día:

Primero, el desayuno. La primera comida del día es la más importante, ¿no? Nos apañamos bastante bien con la cuchara y como también tienen tele en esta casa, puedo ver mis dibus favoritos mientras como. Tardamos un poquito más de lo normal, pero no pasa nada, ya que de ahora en adelante tendremos un montón de tiempo para ir mejorando nuestras marcas. Despacito y con buena letra.

Una vez que ya no queda más leche en el plato, paso a manos del abuelo, que juega conmigo un rato para que repose la comida. Tampoco es mucho tiempo, ya que al igual que mis Papis, tiene que vestirse y arreglarse para irse. ¡Menudo fastidio! Con lo bien que nos lo pasamos jugando con las manos y haciendo gimnasia. ¡1, 2, 3 ... ARRIBA!

Al ratito, y cuando el reloj marca casi las 10.30h de la mañana, toca echarse la primera siesta del día. Sí, la abuela me enseña la habitación que tiene preparada para mí. ¡Me encanta! Tengo una cuna igual que la de casa y una mesa que hará las veces de cambiador y donde pondremos todas mis cosas. ¡Perfecto! ¡En casa de la abuela no me falta de nada!

Al despertar es cuando más me doy cuenta de que no está Mami. Ella es quien solía despertarme de estas siestas mañaneras, por lo que ahora que no es ella la que viene a susurrarme al oído, me doy cuenta de que algo ha cambiado de verdad. ¡Cuánto la voy a echar de menos!

La abuela me levanta, apoyándome en el improvisado cambiador para revisar si es necesario hacer algo con mi pañal. Me quita el pijama y saca de la bolsa un vestido que Mami nos ha dejado preparado.

-¡Mira Ariadna! ¿Te gusta? - Me dice enseñándome el vestido.- Nos vamos a ir de paseo, así que vamos a ponerte guapa para que te conozcan en el mercado.

¡Qué bien! Nos vamos de paseo. ¡Mañana de chicas!

Una vez estamos las dos listas y arregladas, me monta en el carrito y salimos a la calle. Me encanta pasear por aquí. Todo es nuevo para mí: los árboles, las farolas, los comercios, la gente... !todo!
De paseo con la abuela
Entramos al mercado, y todo el mundo comienza a saludar a la abuela.

¡Anda! ¡Pero qué bien acompañada vienes hoy, Carmen! - Nos grita el pollero desde detrás del mostrador.

- ¿Has visto? A partir de ahora nos vais a ver mucho por aquí, ¿verdad que sí, Ariadna? - Dice la abuela orgullosa de mí. - Diles hola a todos, cariño.

Al principio me muero de vergüenza. Todo el mundo me va mirando a medida que avanzamos entre los puestos de la fruta y el pescado, pero después, al igual que hago en el mercado al que voy con Papi a hacer la compra, empiezo a tirar besos a todo aquel que me dice algo bonito. A medida que avanzamos con el carro, los comerciantes van enamorándose de mí. Mis sonrisas y besos les alegran momentáneamente la mañana.

Una vez tenemos todo lo que necesitamos, regresamos a casa para preparar la comida y dormir un rato la siesta. La abuela se encarga de calentar el puré que Mami nos ha dejado preparado en la bolsa mientras yo empiezo a aplaudir esperando que los Cantajuegos aparezcan en la tele.

A partir de ahora, ésta será la nueva rutina en casa de los abuelos hasta que después de la siesta venga a recogerme Papi o Mami. En ese momento, en el que volvamos a reencontrarnos después de unas horas sin vernos, nos daremos un gran beso y nos contaremos lo que hemos hecho durante la ausencia. Yo les contaré que me lo he pasado genial en casa de los abuelos. Les contaré que estoy haciendo nuevos amigos en este barrio. Les diré la cantidad de juguetes nuevos que hay en esta casa. Y les diré que, a pesar de lo mucho que les echo de menos, me encanta ser Caperucita Roja y cada mañana estaré deseando coger ese camino que me lleve hasta casa de la abuelita.
Caperucita Roja