domingo, 11 de octubre de 2015

A GOLPE DE TAMBOR



Cae la tarde. ¡TUM!

Suenan tambores. ¡TUM TUM!

El ritmo es rápido y constante y a medida que se van acercando suenan mucho más fuerte. Al fondo aparece un grupo de personas, todas vestidas de blanco, portando los instrumentos que desde hace unos segundos nos han dejado a todos con la boca abierta. La gente comienza a mirarse, sin saber muy bien que es lo que está pasando.

Estamos en Murcia, en la boda de Ana y Richi, mi futuro padrino y primo de Papi, además de grandes amigos de Mami. Hemos venido desde Madrid para ver cómo, al igual que hace unos meses hicieron los tíos Raquel y Dani, unen sus manos para el resto de sus vidas. Ha sido un viaje largo y cansado, pero sin duda, merece la pena cruzarse media España por aquellas personas a las que quieres y siempre se han preocupado por nosotros. Por eso, estos kilómetros no pesan en nuestra mochila.

En los brazos de Mami y formando parte del enorme círculo que se forma alrededor de la “batucada” que ahora mismo marca el ritmo de la celebración, hago balance de todo lo que ha pasado en nuestras vidas durante los últimos meses. Con cada golpe de tambor, un nuevo recuerdo acude a mi mente.

¡TUM TUM!

Otro selfie para la colección
Han pasado casi 2 meses desde la última vez que estuvimos en el Hospital para operar mi labio y el primer recuerdo que me viene a la mente es la enorme bola de algodón que durante las primeras semanas tuve metida en el orificio nasal que había sido reparado. Tenía el aspecto de un moco gigante que poco a poco iba desprendiéndose, hasta que finalmente terminó por abandonar mi nariz al cabo de un par de semanas. Pero no había problema, eso era justo lo que nos había dicho Beatriz que ocurriría.

Sin embargo, la herida del labio fue otra guerra, ésta más dolorosa y difícil de ganar. Difícil porque teníamos que tener un montón de cuidado con casi todo: evitar cogerme de cara para impedir que mi recién estrenada cicatriz golpease contra algún hombro, impedir que me llevase los dedos a la boca, tener precaución con los juguetes que utilizaba para no darme golpes innecesarios, intentar usar prendas de vestir que se abrochasen por la espalda (en lugar de tener que meter la cabeza)... y mil cosas más con las que debíamos tener cuidado.

Y dolorosa porque había que curar la herida. ¡Eso sí que dolía! Durante el primer mes era necesario hacerlo casi a diario, limpiándola a menudo para evitar que pudiera infectarse. Bueno, era molesto pero se podía aguantar. Sin embargo, un mes más tarde, llegaron los temidos masajes. Sí, esos masajes que Mami y Papi me tenían que dar para evitar la rigidez en la cicatriz y que el labio no quedase levantado en un futuro. Pero a pesar de que ponían todo su esfuerzo para no hacerme daño, la verdad que no siempre lo conseguían.

Para comenzar con el masaje, Mami o Papi, dependiendo del día, sacan el bote de vaselina y se untan los dedos de su mano derecha. Los posan sobre mi labio y giran el dedo índice haciendo círculos sobre la cicatriz durante unos largos minutos. Yo intento aguantar el dolor, pero finalmente éste acaba ganándome el pulso y las lágrimas y el llanto no tardan en acumularse en mis ojos. Es bastante doloroso, aunque comprendo que es absolutamente necesario para conseguir que el resultado de la operación sea excelente. Finalmente, cuando retiran su dedo índice, llega el mejor momento de todos.

Me levantan y me dan un gran abrazo, dejando que mis lágrimas empapen sus camiseta y secando mis ojos con ambas manos. Ese abrazo da por terminada la sesión de cada día y la rabieta de turno. Ese abrazo me devuelve las ganas de sonreír.

¡TUM TUM TUM TUM!

Y es que desde que tengo mi nueva sonrisa, no paro de lucirla cada vez que puedo. En los últimos meses todo el mundo me dice que soy la niña más guapa y simpática del mundo. Me lo dicen mis Papis, día sí y día también, me lo dicen los abuelos y abuelis, los tíos, los amigos y la familia, ¡me lo dicen hasta en el mercado! ¡Y es que tengo enamorados a todos los comerciantes donde compramos la fruta, la carne y el pescado! Con tantos piropos, ¿cómo no voy a sonreír?

¡TUM TUM!

Una cucharadita más
Por fin hemos dicho adiós al biberón definitivamente. Tiempo antes de entrar a quirófano por segunda vez, empezamos a practicar con la cuchara, como los niños grandes. Y desde entonces no hemos parado de usarla. Una vez conseguimos deshacernos de la jeringuilla que usamos durante la semana de postoperatorio, la cuchara se convirtió en el principal arma para hacerme grande y crecer. El siguiente paso será empezar a comer cosas sólidas, aunque me temo que para eso tendremos que esperar a que los doctores me den un paladar nuevo, ya que el que tengo ahora mismo está roto. Eso sí, para cuando llegue ese momento, ya tengo casi todos los dientes preparados.

¡TUM TUM!

En estos últimos meses también hemos disfrutado de algunos días de relax y descanso. A finales del mes de agosto estuvimos en la Sierra con los abuelos, disfrutando del aire puro de la montaña y el verde de los árboles. Pasamos unos días todos juntos, incluyendo los perritos, Golfo y Chulo, a los que últimamente no hemos podido prestar toda la atención que necesitaban con tanta visita médica.

En octubre, y justo antes de venir aquí, a Murcia, también volvimos a pasar unos días más en la playa, aprovechando que Denia está bastante cerca de Murcia. De nuevo volvía a estar frente al mar que tanto me impresionó la primera vez que lo vi. La estampa no había cambiado nada: el mar seguía en su sitio, la arena seguía del mismo color y la brisa corría de la misma manera. Lo único que había cambiado en esa escena era mi sonrisa.

¡TUM TUM TUM TUM! ¡TUM TUM TUM TUM!

Vuelvo otra vez al presente. Acaba la canción con un último golpe de tambor que indica que es la hora de retirarse. Los invitados comienzan a aplaudir y los novios agradecen encarecidamente el regalo que tanto les ha asombrado. Acto seguido, la música discotequera vuelve a sonar y Enrique Iglesias continúa amenizando los bailes y conversaciones con su canción de moda.

Finalmente, y después de tanta fiesta y ajetreo, Papi y Mami deciden que ya es hora de que una jovencita como yo me retire a dormir, por lo que vuelvo al carro. Comienzan a pasear conmigo, agitando ligeramente el manillar para acunarme. 

Justo antes de quedarme dormida, no puedo evitar pensar que la vida es como una batucada, donde cada uno vive siguiendo su propia melodía, escribiéndola con cada golpe; donde hay más gente a tu alrededor haciendo que tu canción suene más alto y mejor, haciendo que si en un momento dado te quedas en blanco, puedas encontrar esa nota que te devuelva al pentagrama. Y, como ha ocurrido hoy, lo realmente importante es que al sonar el último golpe, la última nota, todo el mundo aplauda. 

Eso significará que la canción ha merecido la pena. 

Eso significará que la vida ha merecido la pena.
¡Qué seáis muy felices!