Y Papá corrió. ¡Vaya que si corrió! ¡Llegó justo
cuando estaban sacando a Mami de la habitación en la camilla! ¡Un poquito más y
se lo pierde!
Por fin, los tres juntos, nos dirigimos al
quirófano. Cuando llegamos al paritorio, Mami saluda a todos los doctores que
hay en la sala: el ginecólogo, las enfermeras, y... sí, ¡lo habéis adivinado! ¡También estaba el anestesista! Y ya sabéis cual es el principal arma de
trabajo de los anestesistas, ¿verdad?. Pues sí, lo habéis vuelto a adivinar: ¡LAS AGUJAS! ¡Y Mami las tiene un miedo terrible!
Así que ahí estábamos las dos, esperando ese
temido pinchazo que empezaría a dormir el cuerpo de Mami y haría todo el
proceso mucho menos doloroso.
- Diana,
vamos a empezar con la anestesia. Para ello, vas a colocarte en posición fetal
agarrándote las piernas. Primero notarás un pequeño pinchazo y pasados unos
minutos volveremos a pincharte otra vez.
- ¿Cómo? ¿Dos
pinchazos?
- Me parece que eso a Mami no le iba a gustar...
- En el
segundo pinchazo notarás un ligero quemazón, pero es absolutamente normal. A
medida que pase el tiempo, notarás como poco a poco se te van durmiendo las
piernas.
Mami está hecha una campeona. ¡Ha aguantado los
dos pinchazos casi sin moverse! A medida que el líquido penetraba en su torrente sanguíneo, y tal como había vaticinado el anestesista, una sensación de
ardor empezó a recorrer su cuerpo.
Pasados unos minutos, Mami no sentía nada de
cintura para abajo, así que había llegado la hora.
- ¿Ariadna,
estas preparada? - Me pregunté a mi misma. En unos minutos vería a Mamá y Papá y por
fin les pondría cara.
Mis nervios van en aumento. Aumentan al mismo
ritmo que aumentan los nervios de mis Papis. Después de 9 meses, por fin llega la hora. Buenos y malos momentos. Ilusión y preocupación a partes iguales. Pero
eso ya no importa, lo importante está por llegar, ¡así que vamos a ello! ¡¡ESTOY
PREPARADA!!
Los doctores marcan la zona para hacer la
incisión. Y una vez acaban con el rotulador, el ginecólogo coge el bisturí
y... !Mejor os ahorro los detalles!
De repente, empiezo a notar una fuerte presión
cerca de mí. Una presión que me empujaba más y más hacia...
- ¿Qué es
eso?
- Empiezo a abrir los ojitos a medida que me voy acercando.- Parece...¡Sí, es LUZ! ¡La salida! ¡Adiós barriguita! ¡Gracias por
haberme cuidado durante tanto tiempo!
Y ahí estaba yo. Sujeta por varías manos que se
afanan en limpiar mi pequeño cuerpo. A mi alrededor había un montón de
gente con mascarillas y gorros verdes, y sí... ese señor que está ahí al fondo
debe de ser... ¡PAPÁ! Las primeras palabras que recuerdo oír de su boca fueron:
- Diana, es
muy guapa. Guapísima. - Hay lágrimas en sus ojos y no puede contener la ilusión que le hace
el tenerme tan cerca de él. - ¿La ves, cariño?
- Acercarla
un poco más.-
Pide Mami al doctor.- Casi no alcanzo a
verla.
Sin embargo, los doctores decidieron llevarme en brazos
hasta otra sala. Los tres nos hemos quedado con las ganas de fundirnos en un
abrazo y poder decirnos con la mirada lo mucho que esperábamos este momento. Ahora
que por fin estoy aquí, ¡y lo primero que hacen es llevarme lejos de ellos!
En la sala anexa, el pediatra empieza a hacerme el llamado “Test de Apgar”, donde evaluarían cinco aspectos básicos para mí:
el ritmo cardíaco, la respiración, los reflejos, el color de piel y el tono
muscular. Mi nota es de 9 sobre 10, así que se puede decir que estoy ¡superbien!
Me pesan y me miden, y lo van anotando todo en el informe: 2.470 gramos y 47 cm de altura. ¡Parece que voy a ser pequeñita! Pero no importa, los buenos perfumes se guardan en frascos pequeños, ¿no?
También evalúan el problemilla del labio leporino.
Tras una investigación más profunda del doctor,
confirman que efectivamente también tengo fisura palatina, es decir, que mi paladar tampoco
se ha formado por completo durante el embarazo. ¡Vaya! !Menuda mala pata! Pero qué más da, lo importante es que estoy aquí. ¡De los problemas ya nos encargaremos más adelante!
Envuelta en una mantita y con los ojitos
cerrados, me llevan hasta la sala de neonatos para que descanse y para pasar allí unas horitas antes de poder
unirme a mi familia. He de reconocer que esto de nacer cansa. Así que con
vuestro permiso, voy a echarme un sueñecito y a recuperar energías para lo que queda por llegar: ¡conocer a todo el mundo!!Qué nervios!