jueves, 25 de febrero de 2016

CUMPLEAÑOS FELIZ

Por fin ha llegado el gran día. Ese en el que, después de muchas aventuras, completo mi primera vuelta al sol. No se puede decir que haya sido un camino fácil, ¡pero al final lo he conseguido! 365 días... ¡MI PRIMER AÑITO!
Los últimos 10 días han pasado súper rápido en nuestro calendario y es que, desde que los doctores decidieron que mi paladar estaba lo suficientemente bien como para irnos a casa, no hemos parado de hacer y organizar cosas. Bueno, yo no tanto, pero Papi y Mami sí que han estado más liados preparando mi primera fiesta de cumpleaños. Pero empecemos por el principio.
Al día siguiente de la operación, y una vez los doctores comprobaron que ingería los alimentos adecuadamente y que el aspecto de mi paladar era ideal, decidieron enviarnos directamente a casa. Según ellos, estaba lista para empezar a usar mi nueva boca con Papi y Mami, sin la supervisión de ningún médico. Eso sí, tendríamos que tener especial atención con las flemas y la mucosa acumulada, ya que al tocar mi nueva campanilla podrían provocarme arcadas y algún que otro vómito. ¡Ahh! Y también tendríamos que cumplir una norma a rajatabla, aunque he de deciros que a mí no me gusta absolutamente nada: hasta que la cicatriz del paladar esté bien cicatrizada, ¡deberé comer todos los alimentos fríos!
¡Fríos! ¿Vosotros sabéis lo asquerosa que está la papilla de cereales fría? ¡¡¡Puagggg!!! Pero claro, si quiero hacerme grande y que la herida cicatrice adecuadamente, no me queda más remedio que hacer caso a los doctores... Aunque Mami me ha contado un pequeño secreto al oído según íbamos a casa: le va a pedir a Papi que caliente un poquito la comida, para que al menos esté templadita y de esa manera conseguir que yo abra la boca de vez en cuando. Ahora solo queda saber si Papi aceptará nuestra pequeña trampilla.
Los primeros días en casa no han sido del todo malos, gracias también a la experiencia adquirida en nuestras anteriores aventuras hospitalarias. Ya controlamos perfectamente las medicinas y estamos tremendamente familiarizados con los llantos de dolor postquirúrgicos. Así que, a pesar de algunas arcadas sueltas que de vez en cuando me provocan algún que otro vómito, podríamos decir que lo estamos llevando razonablemente bien. Tanto es así… ¡qué finalmente Papi y Mami han decidido que vamos a organizar una gran fiesta de cumpleaños! Así podremos ver a toda la familia y amigos y celebrar con ellos mi primer añito y que mi recuperación avanza por buen camino.
Invitaremos a un montón de gente a merendar, decoraremos con globos y guirnaldas una sala y... ¡hasta compraremos una tarta y una piñata! Sólo la idea hace que se me pasen todos los dolores. Una fiesta de cumpleaños es el mejor analgésico para mis heridas.

Así que los últimos 3 días los hemos pasado organizándolo todo. Hemos ido al supermercado para comprar todo aquello que necesitamos: refrescos, tortillas, patatas fritas, aceitunas, ganchitos, chuches... Lo peor de todo es que de esas cosas... ¡yo no puedo comer nada! ¡Qué envidia! Ya podría Papi echar de vez en cuando alguna chuche a la papilla de cereales o algún gusanito al puré de pescado. Seguro que así me lo comería 3 veces más rápido. Aunque pensándolo bien, no creo que mi pediatra estuviera muy de acuerdo con la idea que acabo de tener.
También hemos ido a los chinos de al lado de casa a comprar globos y papel de colores, cubiertos y platos, manteles y todo el menaje para que la gente pueda merendar ese día. Con los globos decoraremos las paredes de la sala donde será la celebración y con el papel de colores Mami va a hacer unas guirnaldas con las que decorar el techo. Va a quedar todo súper colorido, ¡justo como a mí me gusta!
Pero todavía nos faltaba lo más importante: enviar las invitaciones. ¿Qué sería de una fiesta sin gente cantando el cumpleaños feliz? Así que esa misma noche Mami y Papi se pusieron manos a la obra: enviaron invitaciones a todo el mundo para que supieran que en unos días estaban invitados a mi superfiesta de cumpleaños. La primera de muchas.
Y casi sin darnos cuenta, llegó el gran día. En brazos de Mami y con un puñado de nervios en el estómago, salimos del portal de casa dirigiéndonos hacia la sala que con tanto esmero hemos decorado para todos nuestros invitados. Antes de girar la esquina, empezamos a oír voces y música. De repente alguien dice:
- Un momento, que parece que ya viene la cumpleañera.
Y entonces aparecimos. ¡Qué de gente! ¡Han venido todos! Los abuelos, los abuelis, los tíos, la familia de Papi y Mami, compañeros de trabajos y amigos de toda la vida… y lo mejor de todo: ¡hay un montón de niños: Olga, Carol, Noelia, Jose, Aitor, Mireia...! ¡Qué bien!
Avanzamos hacia la sala y todo el mundo comienza a saludarnos. Todos quieren besarme y abrazarme. Todos quieren hacerme una caricia y tirarme de las orejillas. Todos quieren felicitarme y decirme lo guapa que estoy. Todos quieren desearme Cumpleaños Feliz.
Al final de la tarde, sin previo aviso se apagan todas las luces y se hace el silencio. De repente, al fondo aparece Papi, sosteniendo en sus manos una enorme tarta y encima una vela encendida esperando a que una niña la apague. Es la hora de soplar mi primera vela. Es la hora de dejar atrás una etapa de mi vida y empezar otra que me lleve hacia nuevas experiencias, hacia nuevas aventuras. Es la hora de cerrar uno de los grandes capítulos de mi vida, y qué mejor manera de hacerlo que rodeada de todos aquellos que de una forma u otra me han acompañado a lo largo de esta historia: mi historia.
Acerco mi boca a la vela y… ¡Soplo! ¡Soplo muy fuerte! Pero no ocurre nada hasta que Papi y Mami me echan un pequeño cable y de repente… ¡la vela se apaga! Entonces una canción empieza a sonar. La gente comienza a cantar y una sonrisa se escapa de mi boca.
¡CUMPLEAÑOS FELIZ! 
¡CUMPLEAÑOS FELIZ! 
¡TE DESEAMOS TODOS, CUMPLEAÑOS FELIZ!

Os aseguro que ésta ha sido una de las mejores tardes de mi corta vida. He podido jugar con un montón de niños, reírme con ellos y darles muchos besos. He podido ver en los ojos de Mami y Papi lo orgullosos que estaban de mí. Como se suele decir, he disfrutado como una enana. Durante unas cuantas horas me he convertido en la niña que todo el mundo llevaba un año esperando ver: una niña sin problemas, una niña con ganas de jugar y aprender de los demás, una niña con ganas de hacer travesuras, una niña que abraza y baila con otros niños. Y es que aunque haya costado conseguirlo, el esfuerzo ha merecido la pena. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, ARIADNA!

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