Unos minutos. Eso es lo que falta para que por
primera vez entre en un quirófano. Sí, porque al final, después de un montón de
revisiones y medicinas, los doctores han llegado a la conclusión de que la
comunicación interventricular que descubrieron cuando sólo tenía una semana de
vida, no va a cerrarse sola. Mi cuerpo no ha sido lo suficientemente fuerte
como para poder cerrarla, así que es hora de que los médicos y cirujanos entren
en acción. Les toca hacer uno más de lo muchos milagros que hacen a lo largo
del día. Porque para ellos es posible que sólo sea trabajo, pero para los demás
supone dejar nuestro futuro y nuestra
vida en sus manos. Es un trabajo solo apto para superhéroes. Unos SUPERHÉROES
EN EL ARTE DE VIVIR.
Pero empecemos por el principio. Hace un par de
semanas que los doctores tomaron la decisión de intervenir mi corazón. Tras el
esfuerzo realizado por Papá y Mamá durante los últimos meses, parece que los 4
kilos de peso que he alcanzado van a ser suficientes para poder entrar en el
quirófano. Y es que esa era la meta que nos marcaron desde la primera semana
que nací: engordar por si era necesario operar. Así que por lo menos, llegamos
con los deberes hechos. ¡Menudo alivio! ¡Con lo que nos ha costado!
Superhéroes en el arte de vivir |
Los cirujanos, en coordinación con el equipo
médico que me trata el problema del labio leporino, fijaron la fecha y el lugar
para la operación: 17 de junio de 2015 en el Hospital Materno Infantil Gregorio
Marañón. Teníamos que ingresar en el hospital un día antes para empezar a
hacerme pruebas y tener controlados todos los detalles. Íbamos con muchos
nervios, ya que el momento se iba acercando y con cada prueba que me iban
haciendo éramos más conscientes de lo cerca que estaba el inicio del largo
camino de operaciones que vendrían en los próximos meses. Porque después de
esta cirugía quedan por venir otras tantas operaciones para solucionar mis
problemas de labio leporino y paladar hendido. Pero para esas ya habrá tiempo.
Esa noche, nos quedamos a dormir en el Hospital
Mami y yo, ya que no había sitio para los tres y como casi siempre, a Papá le
tocó sacrificarse e irse a casa. Se fue con la promesa de llegar muy temprano
al día siguiente para poder despedirse de mí con un gran beso antes de que me llevasen
a la sala de operaciones. Un beso que, a pesar de ser como todos los demás,
sería muy especial. Y es que ese beso podría ser el último si algo se torcía
dentro del quirófano. Todos sabemos que nada va a pasar, pero siempre hay una
pequeñísima posibilidad de que las cosas se tuerzan. Esperemos que eso no pase,
y ese beso sea otro de los muchos que quedan por llegar.
Pero ese beso nunca llegó. En realidad, no llegó a hacer falta, porque cuando Papi apareció en el hospital, y después de llevar en ayunas desde la última toma de la noche (no hace falta deciros como me rugía el estómago a pesar de los nervios), la doctora entró en la habitación y nos dijo:
Pero ese beso nunca llegó. En realidad, no llegó a hacer falta, porque cuando Papi apareció en el hospital, y después de llevar en ayunas desde la última toma de la noche (no hace falta deciros como me rugía el estómago a pesar de los nervios), la doctora entró en la habitación y nos dijo:
- Papis, va a
ser imposible operar hoy a Ariadna. Ha surgido una urgencia médica durante la
noche y el quirófano está ocupado, así que podéis vestir a la niña y marcharos
a casa. Os llamaré esta semana para deciros la nueva fecha, pero es posible que
sea el martes que viene.
¡¿Cómo?! ¡¿Nos vamos a casa?! Pero eso no puede
ser, ahora que los tres estábamos mentalizados y preparados para esto... ¡menudo
chasco! Nos tocaba dar un pasito hacia atrás. Vuelta a la casilla de salida.
Vuelta a esos nervios que aunque no queramos admitirlo, nos devoran por dentro.
Pero no pasa nada, pues mis papis, al igual que los doctores, también son unos SUPERHÉROES.
Así que pasamos una semana más, con nuestras
rutinas de siempre, hasta que llegó la nueva fecha: 23 de junio de 2015. Hoy sí
que es el día, os lo aseguro, no hay vuelta atrás. ¿Cómo sé que no va a pasar lo mismo que hace una
semana cuando, a falta de unos minutos para llevarme, nos mandaron a casa? Pues
porque acabo de despedirme de mis Papis y me llevan en una cuna directa al quirófano.
¡Ya no hay vuelta atrás!
Ha sido una despedida llena de lágrimas.
Lágrimas de cariño, que expresaban todo el amor que sienten Papá y Mamá por mí.
Lágrimas de nerviosismo, que desahogan la tensión acumulada desde el día que
nos dijeron que finalmente tendrían que intervenirme. Lágrimas de
incertidumbre, porque a pesar de que todo el mundo no ha parado de decirnos que
todo va a salir bien, hasta que no volvamos a reunirnos no podremos respirar
tranquilos. Lágrimas que brotan de nuestros ojos, pero que expresan los
sentimientos de nuestro corazón.
Son las 08:15h y se cierran las puertas
metálicas que separan el quirófano de las zonas comunes del Hospital. Atrás
quedan Papi y Mami, que a partir de ahora sólo pueden esperar. Esperar y tener
paciencia, porque la previsión es que la operación dure en torno a 4 horas.
¡Sí, habéis oído bien! ¡Y eso suponiendo que no haya complicaciones! Así que
les toca armarse de paciencia y cruzar los dedos para que todo vaya bien.
Una vez dentro del quirófano, hay un montón de
médicos a mi alrededor. Comienzan a hablar entre ellos y a valorar todos los
informes que tienen en sus manos. En la sala hay un montón de aparatos
especiales que empiezan a conectar poco a poco a mi cuerpo para tenerlo
controlado: frecuencia cardíaca, presión arterial, niveles de oxígeno, y
cientos de cosas más. También hay una máquina más grande y llena de tubos muy
cerca de la camilla. Se trata de una máquina de circulación extracorpórea,
también llamada “máquina corazón-pulmón”.
¿Qué para que sirve esta máquina? Pues para un
pequeño detalle que todavía no os he contado. Para poder hacer el remiendo en
mi corazón, es necesario detenerlo. ¡Sí, habéis oído bien! ¡ME VAN A PARAR EL
CORAZÓN! Por eso es tan importante esta máquina. Ella será la encargada de
reemplazar las funciones de mi corazón cuando éste se detenga. La máquina
bombeará la sangre y la mantendrá circulando por todo mi organismo. Así que, a
partir de este momento, quedo en manos de los doctores y todos los aparatos a
los que comienzo a estar conectada.
Poco a poco, mi mente empieza a nublarse y cada
vez soy menos consciente de lo que ocurre a mi alrededor. La anestesia comienza
a recorrer mi torrente sanguíneo, haciendo que cada vez me cueste más mantener
los ojos abiertos. Lo intento con todas mis fuerzas, pero cada vez me pesan más
los párpados. Hasta que finalmente no puedo con ellos y caigo en un profundo
sueño. Un sueño que, al igual que hace muchos meses, vuelve a teñir todo de negro.