Comienzo a abrir los ojos. Lentamente. Muy
Lentamente. Una vez. Otra vez. Hay demasiada luz y estoy algo confusa y
adormilada. No sé dónde estoy ni cuánto tiempo ha pasado desde la última vez
que estuve despierta. Parece que hubiera estado durmiendo durante mucho tiempo,
quién sabe si horas o incluso días. Eso sí, ¡me duele todo el cuerpo! El dolor
me baja desde la boca y se extiende por todo el pecho. Y si intento moverme… ¡Ay,
todavía es peor!
Así que en estos momentos sólo se me ocurre una
cosa: llorar. Lloro llamando a Mamá. Lloro llamando a Papá. Lloro llamando a
alguien que pueda explicarme que es lo que ha pasado, porqué me duele todo o
porqué tengo tantísimos cables alrededor de mi cuerpo.
Aunque ahora que lo pienso, ¡ya sé que es lo que
hago aquí! Hace nada estaba en una sala con muchos doctores y enfermeros que
iban a... ¡PARAR MI CORAZÓN! ¡Es verdad!!Ahora lo recuerdo! ¡Iban a cerrar el
pequeño agujero de mi corazón!
Intento abrir más lo ojos, pero el cansancio
puede conmigo. Cuando estoy a punto de caer de nuevo en los brazos de Morfeo,
veo dos sombras a lo lejos que se acercan hacía donde me encuentro. Con cada
paso que dan empiezo a reconocer sus figuras. Parecen dos ángeles que vienen a
buscarme después de un largo camino. Sin embargo, esas dos figuras tienen una
cara muy familiar: ¡SON PAPI Y MAMI, mis ángeles de la guarda! Intento
recibirles con una sonrisa, que lucha por salir de mi boca, pero la hinchazón
de mi cara unida al dolor que tengo, hace que la misma acabe convirtiéndose en
un llanto incontrolable que transmite lo mucho que les he echado de menos y lo
asustada que estoy.
En ese preciso momento, ambos se inclinan sobre
la camilla y me dan un tierno beso en la cabeza, y entonces comprendo que ellos
saben por lo que estoy pasando, que me entienden y comparten mi dolor. Y poco a
poco, con la mano de Mamá acariciándome, acabo cayendo de nuevo en un profundo
sueño.
Los días en la UCI siguen avanzando y, con cada
hora que pasa, empiezo a ser más consciente de todo lo que ha ocurrido. Oyendo
hablar a mis padres, a los doctores y a los enfermeros, consigo enterarme de que
dentro del quirófano todo fue perfectamente y que no hubo ningún contratiempo.
También me entero de que han realizado una incisión a través de mi esternón de
unos 5 cm (a través de la cual accedieron a mi corazón) y que esa incisión, en
lugar de cerrarla con hilo y aguja, como se ha hecho toda la vida, la han
cerrado con un pegamento supermágico que no dejará ninguna señal en mi piel
cuando sea mayor. ¡Menudos avances! ¡Ah! Y que también han dejado conectado a
mi corazón un marcapasos externo durante unos días para vigilar que todo marche
sobre ruedas.
Pero lo más importante de todo es que mi corazón
está reaccionando fenomenal a la intervención y a la medicación por lo que, si
todo sigue así, pronto podremos subir a
planta y en una semana como mucho podríamos irnos a casa. ¡Eso sí que son
buenas noticias!
Sin embargo, lo mejor estaba por venir. ¡La hora
de la comida! Y es que en el momento en el que Mami vuelve a colocar el
obturador nasoalveolar en mi boca después de tantos días, el ansia se apodera de mí. Llevaba tanto tiempo sin llevarme nada de comida a la boca (todo mi
alimento llegaba por vía intravenosa a través del suero), que cuando por fin veo
aparecer a la enfermera con un biberón lleno de leche casi me pongo a llorar,
¡pero de la emoción! Tras unos minutos, en los que recolocamos todos los cables
que había a mi alrededor, por fin empezamos con la primera toma después de la
operación.
¡Menuda diferencia! Evidentemente, el problema
del labio y el paladar seguían presentes, pero yo notaba una energía que nunca
antes había tenido; y es que por fin era capaz de mantener los ojos abiertos
mientras comía. ¡Todo un logro! Parece que ya no me canso tanto mientras hago
el esfuerzo para comer, lo que en boca de Nuria Gil, la cardióloga que me ha estado tratando desde el principio el tema del corazón, que siempre ha tenido palabras dulces para mí y que desde que me han operado ha subido a verme todos los días, “supone una gran
noticia, pues significa que mi corazón está reaccionando como es debido”. Y no
sólo eso: acabamos la toma en sólo 15 minutos. ¿Habéis oído? ¡15 minutos! ¡Eso
es todo un récord! ¡Antes de la operación posiblemente hubiéramos tardado el
doble o el triple! Así que para celebrarlo, y por no cambiar nuestras viejas
costumbres, paso a brazos de Papi para… ¡buuuuuuuurrrrpppp! ¡Sí, eso es! ¡Sacar
el gas!
Así que una vez que han comprobado que mi cuerpo
reacciona bien a las medicinas, que mi corazón cada vez está más fuerte y que
mi apetito va en aumento, los doctores deciden que es hora de subir a planta. Por
fin podría volver a ver a la familia al completo: a los abuelis y abuelos, a
los tíos y a todos aquéllos que durante los últimos días no habían dejado de
preguntar por mí, la pequeña Ariadna. ¡Ahh! ¡Casi se me olvida! A la nueva habitación
vendría con nosotros un nuevo amigo. Un amigo muy especial que me ha acompañado
durante mi estancia en la UCI. Se llama PEPE, aunque es posible que alguno le
conozcáis por su nombre completo: EL
POLLO PEPE. Si, ese pollito amarillo que me está enseñando todo lo que come
para hacerse igual de grande que su Mamá. Y eso es lo que tengo que hacer yo de
ahora en adelante: comer mucho para hacerme muy grande, tan grande como Mami.
Una vez en planta, y pasados los nervios de los últimos días, empezamos a ser conscientes de la suerte que estamos teniendo. Suerte porque todo esté saliendo bien. Suerte porque, a pesar de que nos quedan otras muchas operaciones por delante para solucionar todos mis problemillas, de momento hemos conseguido superar esta primera prueba. Suerte porque si todo sigue bien, en unos días volveremos a estar de nuevo en casa. Suerte porque estamos aprendiendo a valorar las cosas que verdaderamente importan. Suerte porque estamos juntos. Y suerte por poder contároslo.
Mi nuevo amigo: el pollo Pepe. |
Suerte de poder contároslo. |
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